Me levanté en la madrugada llena de dolor y desesperación.
Me desperté sin tu sabor en mi boca después de tantos besos -y eso que no fueron muchos- y quise llorar de inmediato.
Me puse a escribir poemas sobre ti mientras el café que había preparado para soportar la noche se estaba enfriando al lado de mi ventana abierta.
Y todo cayó.
Mi celular sonó, y tu nombre apareció en la pantalla y yo me congelé.
Sonó varias veces pero mi corazón apagó el ruido y se puso a pensar.
¿Qué estás haciendo, mujer?
Y tomé el celular.
Tu voz, esa divina voz
y tu risa.
Te escuchaba diciendo que me extrañabas, que me deseabas en tu cama como antes, que te ilusionabas con mi regreso y que esperabas por mis besos.
Y me puse a llorar.
Y me desperté.
Y me enteré que sólo soñé.
Es que el corazón me duele y a veces pasan estas cosas cuando ya abrí todo la herida y dejé que la sangre saliese de mí y así morirme en paz. Morirme sin más, ya sin llorar.
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